Quién diría que la niña dulce del violín puede ser tanprocaz.
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El hombre es tanprocaz que puede satisfacerse hasta con las bestias.
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La mujer no debe ser tanprocaz, y ni siquiera el hombre.
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No era raro que él hubiera sido tanprocaz en su desperdiciada juventud.
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Ojalá no manoseen al Papa de esa forma tanprocaz.
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Cuando se inspira, Taita es tanprocaz como Rabelais.
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Su desvergüenza, de tanprocaz, emitía una pureza extraña.
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Y con una lengua tanprocaz como para levantar ampollas en la boca de un carretero.
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Pero no era tanprocaz como para creer que a cualquiera podía permitírsele el regalarle algo así.
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Miró la Villegas a Valcárcel con curiosidad, consideró quién sería aquel pajarraco tan feo y tanprocaz.
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La joven duquesa de Selsey contaba a gritos aquello tanprocaz del torero y el perro de caza.
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Colin, poco acostumbrado a un humor tanprocaz, esperaba que su sonrojo se atribuyera a su proximidad al fuego.
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Cuando volvió, algo tanprocaz como una mancha de sangre en su propia cama, la que compartía con Francisco.
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Maza estuvo tanprocaz, tan insolente, que al fin don Rudesindo, sin ser dueño de sí, le descargó un paraguazo en la cabeza.
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El arroz y el trigo eran débiles e inseguros, pero el amaranto es tanprocaz que tenemos que usar herbicidas para evitar que se extienda.
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Frederic se quedó mudo en cuanto vio la imagen: en ella la misma joven, completamente desnuda, mostraba una expresión tanprocaz que deformaba sus facciones.