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A Rosario, del tártago, más le dolió la carne que el alma.
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El espinoso tártago bajo el cual se ocultaba, en cambio, sí le interesaba.
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Luego la mojó en vinagre, para ver si estaba escrita con leche de tártago.
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En parihuelas tejidas con lienzos de colores colocaron los cuerpos envueltos en hojas de tártago.
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Junto a la base del tártago yacía un pequeño temporizador, conectado a una célula eléctrica.
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Qué suerte había tenido al encontrar el tártago.
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Morán estudió las ramas que más se prestaban para ese fin, fijando sus preferencias en el tártago.
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Algo se deslizó a saltos y se escondió debajo de las carnosas hojas de un tártago del desierto.
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Aquí tiene raíz de tártago.
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Se detuvieron a tomar aliento junto a un islote donde sobresalían entre el matorral varias matas de tártago y llantén.
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También mostrará diversas piezas trabajadas en tallos y frutos de plantas silvestres como el tártago, el churqui, las nueces y la guinda.
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La planta podía estar en letargo, pero las raíces seguirían ahí, esperando, llenas del Poder por el que era famoso el tártago.
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Algunas de las espinas del tártago del desierto alojaban jerbos, un par de saltamontes, una lagartija excavadora y otras pequeñas criaturas, todas muertas.
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Entonces, Palaguá ingirió un purgante de aceite de tártago, agarró una lata de esencia llamada gasolina, jaló justo y por allá se fue ¡fuam!
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Louisa recogió las hojas verdes de un tártago que crecía cerca del cobertizo del arroyo y entonces vieron las hermosas flores violetas que aquél ocultaba.
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De seguro los allí presentes debieron cabecear asentidores por los tártagos, que impresionan.