El primer telegramaderechazo llegó en la mañana del decimosexto día que pasaban a bordo las esposas.
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En aquel ambiente tranquilo, la noticia del telegramaderechazo se filtró por el barco de forma tan rápida y penetrante como un virus.
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Durante el almuerzo se había permitido soñar despierto que su marido podía enviarle un telegramaderechazo y luego se maldijo por desearle aquella vergüenza.
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"Tendrá un telegramaderechazo", susurraban, pero esta vez no parecían ansiosas.