Hablaban una lengua que Timar no conocía y Adèle utilizaba aquella lengua.

Timar no se atrevía a quitarse el casco para secarse el sudor.

Nadie comprendería y, de todos modos, Timar no entendería la respuesta.

Sus orejas se tiñeron de púrpura, pero Timar no hizo el menor movimiento.

Timar no se movió ni le dejó adivinar que no dormía del todo.

Timar no se movió, ni dejó adivinar que no estaba del todo dormido.

Timar no había estado nunca tan nervioso y tan lúcido a la vez.

Pero lo manifestaba demasiado y a Timar no le parecía natural aquel buen humor.

Timar no tenía ni idea, pero le traía sin cuidado.

Timar no tuvo tiempo de levantarse, ni de darse cuenta de lo que pasaba.

Timar no comprendía, pero sí, sin duda, los clientes, ya que se levantaron apresuradamente.

Timar no se sintió con ánimos de leer las novelas.

Timar no reconoció el paraje hasta que bajó a tierra.

Timar no supo qué hacer y le alargó la mano.

Aparte de que se le pusieron las orejas como la grana, Timar no pestañeó.

Timar no comprendió hasta más tarde que aquel hombre era el marido de María.