Y nadie puede lograrlo porque nadie sabe que bastan tres granos de la uva agraz de la pérgola de su balcón.

Con gesto decidido y apoyándose en el hombro de su hija, la anciana cortó varios racimos de uva agraz, que cayeron al cesto.

El mulero fue al balcón, cogió tres granos de uva agraz y los introdujo uno por uno en la garganta de la hija del Rey.

Y las uvas agraces solo sirven para las personas ardientes.

Bajo su mano, los pezones se endurecieron como uvas agraces.

Cada vez que él iba a alguna de esas fiestas, ella lo miraba como si acabara de comer uvas agraces.