Me deprimía pensar que era yo quien despertaba sus temores, quien azuzaba su aire medroso.

Miró con aire medroso a su madre que volvía.

Un aire medroso recorría la fronda, en donde en inefable comensalismo los árboles entrelazaban el ramaje.

Le tendió una llave, con aire medroso.

El centinela que estaba de guardia me dejó pasar, no como un soldado sino con aire medroso.

Vasilios lo miró con aire medroso.

Pero ella seguía mirándole con aire medroso, y lo arrastró todavía más lejos, a un rincón apartado, no queriendo que les viesen.

Y su miedo se notaba en sus furtivas miradas, en el temblor de su voz, en su aire medroso, propio de un ser perseguido.