Una mariposa de seda descansaba sobre la palma de Lunae, batiendo sus alas iridiscentes.

Ahora la rebelión crecía en el pecho de Lunae como si se tratase de la mariposa de seda atrapada en su red.

Una nube de personas, brillantes como mariposas de seda, se afanó en torno a la pareja.

Los caballeros parecían relucientes mariposas de seda y brillante acero, mucho más hermosos que cualquier cosa mortal.

En contraste, Irene, con un panamá de ala ancha decorado con flores artificiales y mariposas de seda, parecía perfectamente a gusto.

Roger vio el chaleco bordado del doctor, descubierto, lleno de mariposas de seda, y sofocó el impulso visceral de embestir contra él.