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Pero el sol se oscureció apenas había clarificado: una nieblameona cubrió el campamento.
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Con la nieblameona que nos dejaba empapados todo el día llegamos a Santiago de Compostela.
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Unas nubes grises descargaban una llovizna, la nieblameona que la mojaba y humedecía todo cuanto tenía alrededor, intensificando los olores: musgo, hierba, tierra, madera.