Tan solo unas pequeñas oquedades a modo de ventanas servían de iluminación.

El sargento estudió con atención las pequeñas oquedades en el caparazón.

Miller era un hombre alto y con el rostro lleno de pequeñas oquedades.

Era una rampa empinada, de techo abovedado con pequeñas oquedades para colocar los pies.

En el techo, sobre la puerta, había unas pequeñas oquedades.

Iglesias, tumbas antiguas, riscos que destacaban en los paisajes o pequeñas oquedades de las montañas.

Sus pupilas se convirtieron en rendijas, pequeñas oquedades por las que pasó la intención de su mirada.

Escondió sus pendientes, broches, pulseras, collares y anillos en pequeñas oquedades que halló entre las piedras de las paredes.

Pero, por fortuna, en las paredes de roca se abrían pequeñas oquedades, mínimas cuevas que le permitieron encontrar refugio.

Era una vieja cisterna, y en sus paredes habían excavado pequeñas oquedades y pasadizos: eran las casas de los rebeldes.

No existía ningún convento cristiano, pero sí vieron a varios cenobitas encaramados a pequeñas oquedades en la ladera de un montículo.

Toda la superficie que acarició estaba surcada por pequeñas oquedades del tamaño de las que hacen las termitas al carcomer la madera.

En breve estuvo terminada la primera letra, una F con el aspecto de un rosario de pequeñas oquedades, no muy bien alineadas por cierto.

Alec alzó la cabeza, y cerró los ojos cuando las puntas de los dedos de Mira le recorrieron la columna, recreándose en las pequeñas oquedades.

Los objetos estaban bajo el asiento del conductor y el copiloto, en pequeñas oquedades", subrayan agentes que estuvieron en la inspección de la Kangoo.

-Concuriosidad, deslizó las manos por la espalda de Alec, deteniéndose en las pequeñas oquedades de su columna vertebral.