Yo no sé qué pensar -dijo el pobre abate temblando de miedo-.

Terribles palabras, que cambiaron tal vez la faz del asunto del pobre abate.

El pobre abate Thomas lo recogió humildemente y besó el lugar.

Podía comprender ahora los cólicos que había padecido el pobre abate dos días atrás.

Era el pobre abate Clément, el primo de madame Anselme.

Nacida en la imaginación enferma del pobre abate Faria, ¿no habría muerto con él?

Si el pobre abate se hubiera dado menos prisa, no se quedara sin su requiem.

A medida que se desarrollaba el proceso Dreyfus, hallé mil motivos para oponerte al pobre abate:

Era probablemente el bisabuelo del pobre abate.

Si conseguís evadiros, recordad que el pobre abate, a quien todo el mundo creía loco, no lo estaba.

El pobre abate, estupefacto, exclamó:

Pero la lucha de esa paternidad espiritual con el huracán de las desencadenadas pasiones descorazonó y rindió al pobre abate Pascal.

El pobre abate sabía que tenía muchos reproches que hacer a Lamiel, pero le embriagaba el leve perfume de sus vestidos.

Estas palabras, lanzadas con tanto desprecio sobre el pobre abate Clément, que tenía un pelo tan bonito, le favorecieron en el corazón de Lamiel.

Enrojeció hasta las orejas, y aunque el lacayo le repetía por tercera vez que la señora deseaba hablarle, el pobre abate todavía vacilaba en subir.

El pobre abate creía que Simonis y yo éramos los artífices de aquella elevación en el aire y, por tanto, plenamente dueños de su gobierno.