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Sobre su cabeza pudo ver el cielo a través de un tulipanero.
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Sin ningún género de duda, Van Baerle se había convertido en un tulipanero.
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El mundo tulipanero, sin embargo, no se quedó menos emocionado por la posibilidad de su realización.
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Me escondí detrás de un gran tulipanero.
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La idea de golpear a aquel mal hombre cruzó como un relámpago por el cerebro del tulipanero.
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Es verdad que esa turbación podía provenir de la emoción que el tulipanero había experimentado al reconocer a Guillermo.
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Entonces él y Sarah la siguieron hasta un lugar bajo un tulipanero, donde esperaban Julian y el doctor Grauer.
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Según nuestros datos, el cadáver fue enterrado a veintidós varas al norte del tulipanero que había junto a este monumento.
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Me asomé con cuidado por detrás del tulipanero, pero no pude ver más que su gorro por un momento fugaz.
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Cornelius era feliz, tan completamente feliz como puede serlo un tulipanero a quien no se le ha hablado de su tulipán.
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Había una cosa que inquietaba en aquel momento al tulipanero casi tanto como sus bulbos y sobre la cual volvía sin cesar.
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En cuanto a Cornelius van Baerle, hay que decirlo en elogio, no del hombre, sino del tulipanero, su única preocupación fue para sus inestimables bulbos.
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Entonces se hablaba de otra cosa, y para su mayor asombro el tulipanero percibía la inmensa extension que podía tomar el círculo de la conversación.
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En primer plano aparecían sasafrases, tulipaneros, catalpas y encinas cuyas ramas extendían madejas de musgo blanco.
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Premisa con la que la escuela tulipanera, la más exclusivista, enunció en 1653 el siguiente silogismo:
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Ahora, ¿cómo vamos a explicar este extraño carácter a los tulipaneros perfectos como los que todavía existen en este mundo?