Cuando compareció con la mano alzada el emperador Teófilos, el estentóreorezongo de las gradas se silenció, hasta que el mensajero real anunció clamorosamente:
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A su vuelta descubrió a su centurión tendido de espaldas, con los ojos cerrados y roncando con el estentóreorezongo de un hombre profundamente dormido.