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El caso es que, con la guasa imaginable, acogió quien le tocó en suerte su hábito turquesco.
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Había sido el gran visir turquesco, Kara Mustafá Bajá, quien decidió el ataque a la capital imperial.
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Como ya he dicho, su alta estatura y el inconfundible turbante turquesco lo volvían reconocible aun desde lejos.
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Después, Colón hizo traer un arco turquesco y unas flechas e hizo tirar sobre un blanco a un hombre de su compañía.
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La más joven sabía alargar los ojos con el kohl, a la usanza turquesca.
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Formas inesperadas en aquel sitio de resonancias turquescas.
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Custodiado por las grandes torres turquescas colocadas en las cuatro esquinas, se abría un maravilloso jardín mediterráneo.
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Describía el desorden y la fuga de las naves cristianas al presentarse de improviso la armada turquesca.
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Iban con la determinación de sacar de la barrera a la armada turquesca, si es que aún la encontraban en puerto.
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Me costaba pensar que bajo los turbantes turquescos, signo distintivo de los temibles secuaces de Mahoma, se ocultasen más europeos que turcos.
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Tal fue el primer miedo, el horror natural en cualquier persona a verse despellejada o atormentada de espantosísima manera por los turquescos.
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Ardzrouni ofreció lo mejor de la cocina armenia y turquesca, incluidas ciertas pastitas dulcísimas que dieron la sensación a los invitados de ahogarse en miel.